
Tuve que nombrarte en silencio
antes de que fueras palabra,
como quien presiente la lluvia
en el aroma de la tierra herida.
Llegaste con el fulgor de lo inevitable,
como un relámpago ciego en la piel,
y mi mundo, que creía completo,
descubrió el vacío donde no estabas.
Eras la página nunca escrita,
la nota dormida en la cuerda,
la historia que siempre esperó
ser contada con mi voz.
En tu risa temblaban los astros,
en tus manos, la brújula y el extravío,
y en tu mirada, la certeza
de que todo había comenzado.
No hubo dudas, ni fronteras,
solo un pulso abriéndose paso,
un nuevo idioma en la sangre,
un destino sin despedida.