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(Cuando el deseo ya no es certeza, sino un temblor en la sombra.)
Me llamas,
y tu voz tiene el filo
de quien duda en la penumbra.
Me tocas,
y el deseo es un espectro
deslizándose entre grietas invisibles.
Antes, éramos hambre,
lenguas de fuego devorando la noche,
un solo cuerpo entrelazado
en la furia del vértigo.
Ahora, hay pausas en tus besos,
un resquicio en tu piel
donde el frío se filtra.
Y aunque aún me abraso en ti,
aunque aún me pierdo en la fiebre,
no puedo evitar preguntarme
si el incendio
se ha convertido en ceniza.