
Yo no salí a buscarte,
fue el viento quien tejió tu nombre en mi oído
cuando menos sabía qué era el anhelo.
No te elegí —me elegiste tú,
con la forma exacta que tiene la ternura
cuando se disfraza de sonrisa involuntaria.
Tu risa —esa tormenta dulce—
desordenó mi calma de años,
y ahora culpo al azar,
a la coincidencia de tus gestos,
a esa forma en que tus ojos
le dan sentido al caos de mi pecho.
No, yo no tuve la culpa…
fuiste tú,
con cada luz que arrojaste sobre mi sombra,
con cada instante en que sin saberlo
me volví poesía,
de sólo pensarte.
Y aun así, si soy culpable de algo,
es de haberme rendido
al milagro de sentir.
Explicación del poema:
Este poema es una respuesta emocional que amplía la premisa del texto original: el amor o el deseo como algo involuntario, inevitable. Pero aquí se introduce una reflexión más profunda sobre la naturaleza del encuentro y la rendición emocional. La voz poética no solo declara atracción, sino que se deja arrastrar por la belleza del azar, culpando a la otra persona —no de manera acusatoria, sino como quien se deja llevar por lo inevitable. Se entreteje melancolía por la pérdida de control, esperanza por lo vivido, y una desolación sutil por lo que quizás nunca será correspondido.
Prompt para imagen (Copilot o generador visual):
«Una figura solitaria de espaldas bajo una lluvia suave, con el rostro apenas visible al mirar hacia una silueta difusa al otro lado de la calle, iluminada por luces cálidas. La escena debe transmitir anhelo, vulnerabilidad y atracción inevitable. El entorno debe ser urbano pero poético: charcos que reflejan luces, una atmósfera entre la melancolía y la magia del destino, como si el momento se detuviera en la encrucijada del amor y la casualidad.»