En la penumbra,
cuando el mundo deja de mirar,
mi alma —desnuda—
se funde con la tuya sin pedir permiso.
Tus labios no besan,
conjuran.
Tus manos no tocan,
resucitan.
Y yo,
que alguna vez fui costumbre,
me vuelvo asombro bajo tus dedos,
me disuelvo en cada gesto tuyo
como tinta en agua caliente.
No somos piel,
somos lenguaje secreto,
escrito con jadeos entrecortados
y pausas que arden más que las palabras.
El tiempo se curva,
se rinde,
se olvida de sí mismo
en la danza sin música
que inventamos en cada roce.
Y cuando al fin callamos—
cuando todo termina sin terminar—
el silencio no nos cubre,
nos revela:
somos todo lo que fuimos,
todo lo que ardió,
todo lo que tembló
y aún sigue latiendo
dentro del eco que dejamos en la cama.
Explicación del poema:
“El Silencio Después del Fuego” es un poema que explora la intimidad como un lenguaje ancestral, lleno de símbolos invisibles y significados no dichos. El amor se manifiesta aquí en la entrega absoluta, donde cuerpo y alma se entrelazan, se transforman y se reinventan. La sensualidad no es solo un acto físico, sino un viaje emocional profundo, donde cada contacto revela aspectos ocultos de uno mismo. La desolación se insinúa en el paso del deseo, en el eco del silencio posterior, pero no como vacío, sino como testimonio vivo de lo que fue tan intensamente sentido que aún vibra en la memoria. El poema es una ofrenda a los amores intensos y sus huellas invisibles.
Prompt para imagen acorde al poema:
Una escena íntima y poética: dos siluetas difusas y entrelazadas en la penumbra, envueltas en sábanas que flotan como humo o niebla, con luces suaves en tonos cálidos (ambar, dorado, carmesí). El entorno es onírico: relojes derretidos en las paredes, fragmentos de palabras flotando en el aire como ceniza, y la cama suspendida en un vacío lleno de estrellas apagadas. Todo sugiere que lo vivido trasciende lo físico, evocando el fuego de la pasión y el eco emocional que permanece en el silencio.