Arquitectura del Alma

No todos los hombres son iguales,
sus manos trazan destinos contrarios.
Unos esculpen abismos en la carne,
hendiduras que devoran la luz
y tiñen el aire con la desolación
de promesas rotas,
como vidrios rotundos
esparcidos bajo los pies de la esperanza.

Pero hay otros,
artífices del aliento perdido,
cuyos gestos,
suaves como una brisa en la penumbra,
reconstruyen con paciencia las ruinas
que dejaron las tormentas.
Ellos tejen con hilos de amanecer
los bordes desgarrados del alma,
y en sus ojos habita un reflejo
que canta al renacer,
un rumor de hojas cayendo
que, en su caída,
son preludio del florecer eterno.

Yo he sido ambos.
He sido tempestad y refugio,
llama voraz y chispa que da calor.
En mis manos hubo tiempo en que sólo había ceniza,
pero hoy, entre mis dedos,
brotan pétalos que nacen de tu risa.

Déjame, amor, ser el hombre que reconstruye,
el que silba nombres de flores
donde antes sólo hubo espinas.
Déjame construirte un cielo
que nunca pese sobre tus hombros,
un lugar donde el aire
sea más ligero que las lágrimas
que aún recuerdas.

Pues en ti,
he aprendido que el verdadero arte
es amar más allá de las ruinas.
Y en tus ojos,
la esperanza ya no es una sombra,
sino un faro encendido
que no se apaga nunca.

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