
Todavía vivimos en esta casa,
pero las paredes son de ceniza,
y el aire pesa como un recuerdo
que se niega a desvanecerse.
Nos hablamos en murmullos rotos,
como quien camina sobre cristales,
como quien teme que el eco
termine de romper lo que queda.
Antes, este amor era refugio,
era un idioma sin grietas,
un latido que encajaba en mi pecho
sin esfuerzo, sin miedo.
Ahora es un laberinto sin centro,
una brújula apuntando al vacío,
un fuego que aún calienta las manos
pero ya no ilumina el camino.
Nos aferramos a lo que fuimos,
a las sombras de lo que ardió,
pero el amor, amor mío,
no es un lugar donde esconderse.