
Te cruzaste en mi camino
como un cometa que incendia la noche,
y de pronto, el rumbo que creía mío
se deshizo entre las sombras del ayer.
Ya no busqué la meta,
sólo la estela que dejaban tus pasos.
Mi destino, ese eco distante,
se transformó en el susurro de tu voz,
en la cadencia de tus miradas
que dibujan mapas en mi piel.
¿A dónde iba, si no era a ti?
¿De qué me servía el horizonte,
si tus ojos contenían todo el cielo?
Tu llegada fue un diluvio,
y yo, tan sediento de sentido,
me abandoné a las aguas de tu ser.
¿Quién era antes de encontrarte?
Una sombra buscando su luz,
un viajero sin estrella polar.
Ahora, cada día es un amanecer
donde tus manos marcan el compás,
donde el destino lleva tu nombre
y el camino no es más que el lugar
en el que nuestros latidos coinciden.
No sé si era esto lo que buscaba,
pero sé que contigo lo he encontrado.