Siento la tierra temblar bajo mis pies desnudos,
un sismo lento, casi inaudible, que me recorre.
Es el eco de tu silencio, amor, un abismo
donde caen mis palabras, sin hallar un norte.
En el laberinto oscuro de mi alma herida,
tu recuerdo es un faro, titilante y lejano.
Una estrella fugaz que, en la noche perdida,
promete un nuevo amanecer, con el rocío temprano.
He caminado desiertos de incertidumbre,
bebido el amargo cáliz de la soledad.
Mis huesos crujen bajo el peso de la costumbre,
de esta angustia que me abraza, sin piedad.
Pero en el fondo de este pozo, tan profundo,
donde la esperanza parece haber muerto,
brota un hilo de luz, un secreto mundo
que late con tu nombre, descubierto.
Porque tu ausencia es presencia, paradoxal.
Una sombra que me guía hacia mi propia verdad.
En cada lágrima vertida, celestial,
encuentro la fuerza para volver a amar.
No importa la tormenta, ni el viento huracanado,
ni las cicatrices que adornan mi piel.
Llevo tu eco grabado, imborrable, sagrado,
y sé que, al final del camino, te encontraré en el cielo.