
En el remanso de nuestros días,
donde el tiempo se disuelve en susurros,
he hallado una paz que nunca soñé,
un rincón en el universo
donde tus risas son estrellas
que iluminan la noche de mi alma.
Cada instante contigo
es un destello de eternidad;
las sombras que solían abrazarme
se disipan ante tu sonrisa,
como brumas en la orilla del amanecer,
y en ese instante, soy
más que un cuerpo,
soy un latido,
un eco del amor que florece.
A tu lado, he aprendido
que la felicidad se teje en lo simple,
en el roce de manos entrelazadas,
en las palabras que flotan suavemente
como hojas en un río tranquilo.
En el espacio entre nosotros
se forma un universo,
repleto de sueños compartidos
y promesas susurradas al viento.
Pero también reconozco
el peso de la distancia,
la melancolía que a veces embriaga
y atenaza el corazón.
¿Acaso el amor no es, en su esencia,
una danza entre la luz y la sombra?
Te miro y siento el frío de la soledad
que amenaza con desbordar,
mas en tu mirada encuentro
el refugio, el abrigo,
la promesa de un mañana compartido.
Así, fluyo entre el deseo y el miedo,
la desolación y la esperanza;
en cada palabra, en cada gesto,
se dibuja el mapa de nuestra historia,
un camino sinuoso
donde las raíces del amor se entrelazan
en el latido de lo eterno.
Contigo, he descubierto
que el poco tiempo
se convierte en un tesoro,
una estrella fugaz
que destella
en un manto de brillantes posibilidades.
Así que aquí estoy, contigo,
con cada latido que hemos compartido,
abrazando lo que somos
y todo lo que seremos,
en el refugio de tu mirada,
donde el amor florece
y jamás se marchita.