
Dejarás el bolígrafo, la libreta, la nota,
y yo guardaré el susurro de tus palabras,
aquellas que nunca escribiste,
pero que habitan en el aire,
como un aroma que no se disipa.
Tu sombra, quieta en el rincón,
será el refugio de mis silencios,
un lugar donde el tiempo se detiene,
y donde puedo escuchar el eco
de tus pasos en la memoria.
La pandurata, quieta en su rincón,
será un altar donde deposite mis nostalgias,
y cada beso que le des
será una caricia que me alcance,
aunque ya no esté.
El balcón, testigo de tus noches,
guardará el aroma de lo que fuimos,
y en cada luna menguante,
en cada nube con forma de corazón,
veré tu mano sosteniendo la cerveza,
como si el tiempo no hubiera pasado.
Me sentirás, sí,
en el susurro del viento que acaricia tu piel,
en la sombra que se alarga al atardecer,
en el latido que persiste
cuando el recuerdo se hace presente.
Y aunque no sepamos por qué regresan los recuerdos,
ni por qué duele tanto la ausencia,
sabrás que lo que permanece
no son las cosas que dejamos,
sino el vínculo que no se rompe,
sino la esencia que no se desvanece.