
Tarde, como el sol que vacila en la cúspide del invierno,
me hallaste en medio de mis ruinas,
donde las sombras tejían su danza
y los ecos de mi voz
se desmoronaban en el abismo de la espera.
Venías cargada de un silencio cálido,
como la brisa que anuncia el alba,
y en tus ojos,
un océano de promesas
se desplegaba ante mi piel desnuda de esperanza.
Dicen que los mejores amores
despiertan en la hora tardía,
cuando las cicatrices han aprendido
a pronunciar su nombre
sin temblar,
cuando las almas,
cansadas de la guerra,
se rinden a la belleza
de un abrazo sincero.
En tus manos, el vacío encontró raíces.
En tu voz, la melancolía se tornó canción.
Y aunque mis días nacieron en penumbra,
es en ti,
en este instante suspendido,
donde la desolación y la dicha
se confunden,
se abrazan,
y florecen como la primera flor de primavera
en un paisaje cansado de frío.
No llegaste temprano, ni tarde,
sino justo cuando mi pecho
se abrió a la posibilidad de amar.
Porque la vida, caprichosa y sabia,
nos encuentra,
no cuando la buscamos,
sino cuando estamos listos
para sostener su milagro.