No sé en qué momento
dejaste de ser horizonte
para volverte llama en mis venas,
vértigo en mis manos,
eco en mi respiración entrecortada.
El mundo se ha vuelto más pequeño,
como si solo existieran
las sombras de nuestros cuerpos
fundiéndose en las paredes,
el roce de tus labios en mi nombre.
Somos fiebre y ceniza,
un relámpago atrapado en la piel,
un incendio que se expande
sin buscar un final.
Que el tiempo no nos reclame,
que la razón no nos nombre,
somos instante y abismo,
un latido suspendido en la nada
antes de caer.