No sé en qué momento
dejé de contar los días sin ti,
cuándo el invierno cedió
y el frío se volvió solo un recuerdo
en la piel que aprendió a abrigarse sola.
El amor no se ha ido,
pero ya no me pesa en las manos,
ya no es un espectro en mis labios
ni un susurro que quiebra mis noches.
Ahora soy un campo tras la tormenta,
tierra abierta al sol naciente,
raíces que vuelven a beber del mundo
sin miedo a la lluvia que vendrá.
He aprendido que el amor
es más grande que la ausencia,
que no todo lo que se pierde
se lleva consigo la luz.
Hoy me despierta una nueva brisa,
un aire limpio en mis pulmones,
y el cielo —tan vasto, tan azul—
me recuerda que siempre hay un mañana
para quien se atreve a mirarlo.