Ay, España mía

En las calles estrechas de Granada,
donde el susurro de guitarras viejas
se mezcla con el olor a naranjos,
camino con el corazón desnudo,
como un romance de esquina,
como un suspiro en la Alhambra.

¡Ay, España mía!
Tierra de pasos y pasos,
de miradas que huyen en los patios,
de amores guardados en balcones,
y plazas que arden en verano
como secretos al sol.

En Sevilla te busco en las ferias,
donde el aire sabe a vino y romero,
y las mujeres, tan flamencas y firmes,
tienen el alma en los ojos,
miradas que prenden y encienden
como chispas de un fandango eterno.

Ah, si pudiera amarte en cada rincón,
en cada piedra de este suelo viejo,
correría hasta las olas del norte,
te cantaría al pie de la Mezquita,
y brindaría por ti en el Rastro,
entre risas y voces que nunca se apagan.

Que mi amor por ti es así,
como el eco en las cuevas de Sacromonte,
como el duende en un canto de madrugada,
tan hondo y tan humano,
tan efímero y eterno,
como el paso de una fiesta
que se pierde y se vuelve a encontrar.

Y en cada rincón que piso,
en cada risa, en cada llanto,
veo el rostro de esta tierra,
tan dura, tan noble, tan nuestra,
como las manos de un anciano
que guarda historias en su piel.

En los bares de Madrid,
entre cañas y voces alegres,
se escuchan promesas sin dueño,
sueños de vidas en pausa,
y amores que vuelan libres
como hojas en el Retiro.

Mientras, en la sombra de la Giralda,
mi pecho se enciende al compás
de un cante que es puro lamento.
Oh, España, eres mi amante imposible,
mi fuego y mi nostalgia,
mi alegría y mi pena,
eres la danza que nunca termina.

Porque en tu abrazo inmenso
resuena el eco de siglos,
de poetas que vivieron y amaron,
de gentes que rieron y lloraron
al ritmo de guitarras y tambores,
a la sombra de tus olivos viejos.

Así, España, te llevo en el alma,
como el viento lleva la arena,
como el río lleva la memoria,
siempre viva, siempre latente,
como una canción antigua
que se canta en cada esquina
y se escucha al amanecer.

Y seguiré amándote en cada rincón,
en cada rincón escondido,
donde una fuente murmura secretos,
donde el sol se despide entre arcos,
y las calles, al caer la tarde,
se llenan de sombras y besos robados.

En cada pueblo perdido,
en cada aldea en silencio,
hay un trozo de ti que me llama,
como un eco de siglos que nunca muere,
como un suspiro que vive en la piedra
de una iglesia o en el borde de un pozo.

Oh, mi España de mil colores,
de campos de trigo y romero,
de mares que hablan en sus olas
y montañas que guardan misterios.
Te encuentro en cada mirada,
en los ojos de un niño en el parque,
en las manos callosas del labrador,
en la sonrisa de una abuela
que cuenta historias al calor de un brasero.

Porque eres más que historia,
eres más que tierra y nombre.
Eres el pulso de la vida misma,
la pasión que arde y renace,
eres el vino que nos embriaga
y el sol que nos hace fuertes,
eres la risa que vence a la pena,
el llanto que calma, el abrazo fiel.

Así, mientras haya canción y alegría,
mientras en cada fiesta se baile y se viva,
llevaré tu alma en mis versos sencillos,
cantándote siempre, España querida,
como un amante eterno que nunca se cansa,
como un hijo orgulloso que nunca se olvida.

Y si algún día, en algún rincón lejano,
me arrulla el viento con su susurro,
será tu voz, España mía,
que en la distancia me llama y me envuelve,
como un recuerdo dulce,
como un perfume antiguo que nunca se apaga.

Porque llevo tu sol en mis venas,
tu sal en mi llanto,
y en mi pecho, el ritmo de tus palmas
que resuena como un latido incansable.
Llevo tu cielo azul y despejado,
las risas de niños en tus plazas,
y las canciones que danzan libres
como las manos de una bailaora.

A ti, España, en cada verso que escribo,
te juro amor, te ofrezco mi lealtad,
como quien promete volver siempre,
como quien sabe que su casa
es la sombra fresca de tus olivares
y el calor suave de tus otoños dorados.

Y en cada paso que doy,
te siento conmigo, a mi lado,
como un murmullo, como un susurro
que me recuerda quién soy y de dónde vengo.
Eres el hogar al que siempre regreso,
aunque mis pies anden lejos,
aunque mi vida se aleje y vague,
siempre estarás en mí,
España mía,
mi madre, mi amante, mi tierra.

Y aunque el mundo me lleve por caminos lejanos,
aunque las olas me arrastren a costas extrañas,
siempre hallaré en mí un rincón tuyo,
una canción de cuna en tu lengua,
un verso sencillo que aún huele a jara,
y un suspiro profundo que sabe a mar.

Porque tú eres mi raíz y mi vuelo,
el surco antiguo donde nacen mis sueños,
la brisa que atraviesa los campos de Castilla
y el fuego que arde en las noches de San Juan.
Eres ese “te quiero” sincero
que cruza generaciones,
eres la voz de mis ancestros
y el futuro que todavía me llama.

Oh, España, llevas en tu alma
la mezcla de luces y sombras,
la risa que estalla en cada feria,
y el susurro de una saeta en el silencio.
Eres ese paso firme en la danza de la vida,
ese vino que se brinda por los amigos,
ese abrazo cálido que nunca se olvida,
la última estrella que brilla
cuando la fiesta acaba y el mundo duerme.

Y en mis últimos días, cuando sea recuerdo,
cuando mis manos ya no te escriban,
quiero que sepan que te amé como a nadie,
que fuiste mi refugio, mi fuerza y mi aliento,
la llama que nunca se apaga,
el latido eterno de mi corazón.

A ti, España, mi vida y mi verso,
te dejo este canto, este amor sin medida,
para que lo guardes en cada esquina,
como un suspiro inmortal
que te abraza en cada amanecer.

Y así, cuando llegue el olvido,
cuando mis pasos ya no resuenen
en las calles empedradas de tu historia,
cuando mis ojos no puedan ver
el color encendido de tus atardeceres,
quedará este amor escrito en tus plazas,
en la brisa que arrastra los ecos
de cada fiesta, de cada encuentro,
de cada risa que algún día compartí.

Quiero ser, España mía,
como el polvo dorado de tus caminos,
como el romero y el tomillo en tus montes,
ser parte de tus ríos y tus mares,
perderme entre tus campos de trigo,
y renacer en la primavera
con cada flor que despierte.

Porque eres el aliento de mis versos,
la verdad sencilla de mis días,
la razón que hace eterno
cada instante fugaz que vivimos.
Que mi esencia se mezcle contigo,
que mis palabras se hagan silencio
en tus paisajes y tus noches estrelladas.

Y si alguna vez, en algún rincón del mundo,
alguien habla de amor y de tierra,
que sepan que fui hijo tuyo,
que mi pecho ardió con tu fuego,
que fui eterno peregrino
de tus caminos y tus sueños,
y que siempre, España,
fuiste tú mi poema,
mi razón, mi último suspiro.

Y cuando sea polvo en el viento,
cuando mi voz ya no hable de amores,
cuando mi sombra se funda en la tuya,
quedará mi huella en tu piel,
como el eco de una jota en el campo,
como el suave murmullo del Guadalquivir.

Quedarán mis palabras sembradas
en cada rincón donde amé tu esencia,
en cada plaza, cada rincón perdido
donde me detuve a sentirte,
a escuchar el susurro de los olivos,
a admirar el vuelo libre de gaviotas
que surcan tus cielos como mis deseos.

Quiero ser como el aire,
el mismo que agita tus encinas
y acaricia tus montañas lejanas,
el aire que envuelve y no se ve
pero está en cada respiro,
en cada instante de esta tierra
que llevé en mi pecho,
como un amuleto sagrado,
como un amor profundo y fiel.

Y sé que, aunque no esté,
mi espíritu danzará en tus fiestas,
seré chispa en la hoguera de San Juan,
seré lágrima en una saeta de abril,
seré risa en un brindis compartido,
y en cada rincón que acaricien tus luces,
allí, España mía, estaré yo,
eternamente ligado a tu historia,
fundido en tu alma, como tú en la mía.

Y así, España, en cada amanecer
cuando despierte el sol en tus campos,
cuando el rocío acaricie tus viñas
y las campanas llamen al alba,
mi esencia será un susurro en tus tierras,
como la niebla que besa tus montes,
como el primer rayo que enciende tus cielos.

Seré el grito alegre en cada romería,
la risa que se cuela en los pueblos blancos,
la promesa de un amor que no muere
en el canto sencillo de una guitarra,
seré el farol que brilla en la noche,
la estrella que guía al viajero perdido,
el amigo fiel que en tu abrazo reposa,
el hijo que siempre regresa a tu seno.

Porque tú eres más que mis pasos,
más que mis días y mis horas fugaces,
eres la sangre que me dio vida,
el fuego antiguo que nunca se apaga.
Y aunque la tierra me reclame en silencio,
mi alma quedará en tus vientos,
como un suspiro eterno en tus costas,
como un verso grabado en la arena,
como un eco de amor que no calla.

Oh, España, déjame ser tu memoria,
el rastro invisible en tu historia inmortal,
la semilla de sueños que nunca perece,
la lágrima y la risa que en ti se enredan.
Y así, cuando el tiempo borre mi nombre,
seré una parte de ti, infinita,
como el alma de un pueblo que vive
en cada rincón, en cada latido,
siempre, para siempre…
eternamente contigo.

Y cuando la última luz del ocaso
tiña de dorado tus llanuras,
cuando las sombras cubran tus campos
y el silencio reine en tus plazas,
mi amor por ti seguirá danzando,
como el fuego sagrado de una hoguera
que nunca conoce el olvido.

Seré el murmullo suave en tus praderas,
la calma que envuelve tus noches serenas,
y en cada rincón donde se guarden secretos,
en cada piedra que ha visto mil vidas,
mi esencia quedará entrelazada
con el pulso eterno de tus colinas,
con el alma viva de tus ciudades,
como el hilo invisible que une
cada generación que te ha amado.

Quiero ser el eco de la Alhambra al amanecer,
el vuelo lento de una cigüeña sobre tus campos,
la lágrima que rueda al oír un fandango,
y el suspiro profundo en las olas del Cantábrico.
Quiero ser los pasos de un peregrino,
el olor del tomillo en tus montes,
la luz que despide la feria al caer la noche,
la sombra de un olivo que duerme tranquilo.

Porque, aunque mis días se apaguen,
aunque mis huellas desaparezcan,
quedará este amor enraizado en tu tierra,
como un roble fuerte y eterno,
como un latido que nunca se cansa,
como un canto sin final que nace
de lo más hondo de este amor fiel.

Y así, España, en cada primavera que florezca,
en cada rincón donde el sol te acaricie,
volveré en el aroma de tus flores,
en el viento cálido de tus sierras,
y tú sabrás que, aun en el silencio,
aun en la distancia, te amo,
y que mi espíritu, en ti enraizado,
vivirá por siempre,
con el amor eterno de quien jamás se despide.

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