A la sombra del cerezo,
donde el viento susurra
historias viejas de amores,
me encuentro buscando el reflejo
de tu risa en el río,
en el agua que nunca se queda.
Con pasos de grulla,
vagas en mis pensamientos,
como el incienso que se eleva
en un templo,
lento y eterno,
dibujando el aire de sueños.
Ah, la noche,
la noche es un abanico cerrado
que, en su seda, guarda tu nombre.
Y el rocío de la mañana,
tan leve, tan puro,
es la caricia que no nos dimos.
Si tan solo fueras una flor,
te protegería de la lluvia,
de la escarcha, del tiempo,
de este instante fugaz
que nos hizo coincidir
como dos estrellas,
como dos secretos
que brillan solo una vez.
Porque en este país de luces y sombras,
en las calles que brillan tras la lluvia,
queda el eco de tus pasos,
la risa entrecortada en el viento,
y yo,
yo soy nada más que un espectador,
enamorado de aquello que nunca poseerá.