
La noche se alza con paso silente,
hija de un crepúsculo vencido,
bebe de las últimas brasas del día
y exhala un susurro de estrellas marchitas.
Camino sobre el aire denso,
donde la luz se quiebra en fragmentos de ceniza,
como un eco distante de algo que fue
y ahora se entrega al olvido.
El horizonte arde en su último destello,
una promesa extinta entre las nubes,
y en su fiebre dorada
se abre la boca insaciable de la sombra.
Pero la sombra respira,
no devora, sino envuelve,
no ahoga, sino espera,
como un presagio que aún no decide su destino.
Y en su oscura caricia,
descubro un murmullo de aurora,
un resquicio donde la luz dormida
aguarda su regreso.