
No es que hayas bajado del cielo,
ni que tus manos sean de seda,
ni que tu voz sea un río de miel.
Eres tierra, eres grieta, eres sombra
y luz que se quiebra en el alba.
Te miro y no veo ángeles,
veo huellas, cicatrices,
veo el mapa de tus batallas,
las líneas que el tiempo ha dibujado
en tu piel, en tu alma.
No eres perfecta, no lo eres,
y tal vez por eso te amo.
Porque en tu caos hay un orden secreto,
en tu fragilidad, una fuerza callada,
en tu silencio, un grito que me nombra.
Amo la manera en que te derrumbas
y vuelves a levantarte,
como el mar que se retira
solo para besar de nuevo la orilla.
Amo tus contradicciones,
tus risas que son llanto,
tus lágrimas que son risa.
No busco en ti lo que no tienes,
no te pido que completes lo que me falta.
Te amo porque eres tú,
porque en tu imperfección
he encontrado el reflejo de mi propia alma.
Y si un día te vas,
si un día la vida nos arranca
de este sueño compartido,
sé que llevaré contigo
la certeza de que el amor
no es la búsqueda de lo perfecto,
sino el abrazo de lo que somos,
en toda nuestra gloria y nuestra ruina.
Porque contigo he aprendido
que el amor no es un destino,
sino un viaje,
un fulgor que nace
de aceptar lo que nunca será perfecto,
pero que, precisamente por eso,
es eterno.