La tregua del tiempo

Que me perdone el tiempo
por desafiar su marcha incesante
cada vez que tus ojos
se encuentran con los míos,
y el mundo, obediente, se detiene.
Es en esos instantes suspendidos
donde descubro que la eternidad
no es más que el reflejo de tu risa
dibujado en mi memoria.

Eres el pulso que desarma los relojes,
el susurro que aquieta las horas.
Cuando te miro,
la urgencia del mundo se disuelve,
y me atrevo a creer
que el pasado y el futuro
son solo sombras inútiles
frente a la llama de este ahora.

Pero hay melancolía en mi rebelión:
sé que el tiempo no olvida,
que volverá a reclamar lo que es suyo,
arrasando con este instante
que se siente tan infinito.
Y aun así, no me arrepiento.
Prefiero cargar con la culpa
de robar segundos al universo
si a cambio puedo perderme
en la inmensidad de ti.

Eres mi tregua,
la pausa en medio de una tormenta,
la promesa que desafía
la fugacidad de todo lo humano.
Que me perdone el tiempo,
si es que puede,
porque en tus ojos he encontrado
la única verdad que merece ser eterna.

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