
Si buscas el peso de mi amor,
no lo halles en palabras,
que son apenas espejos frágiles
de un océano que no se agota.
Mídelo, en cambio, en el susurro de las olas
que nos despiertan con la luz temprana
y en la certeza de cada nuevo amanecer
que se abre como un libro sin final.
En cada día que despierto contigo,
descubro un universo sin nombre,
un latido que me recuerda
que el tiempo no corre hacia el vacío,
sino hacia nosotros,
como un río que aprende a encontrar su cauce
en la curva suave de tu sonrisa.
No hay reloj que encierre mi devoción,
ni estrellas que alcancen para contar
el pulso infinito de lo que siento.
Porque en ti he encontrado
el eco de todos los inviernos que esperé,
y el calor que deshace las nieves
de una vida que antes dormía.
Así que, si un día dudas,
mira el horizonte cuando el sol despierta,
mira el cielo cuando se llena de fuego.
En esos instantes quietos,
sabrás que mi amor no es más que el reflejo
del tiempo que hemos de crear juntos,
amanecer tras amanecer,
hasta que los días decidan
fundirse con la eternidad.