
Déjame habitar tus abismos,
aquellos que escondes bajo la piel del silencio.
No temas al peso de tus sombras;
he aprendido a caminar entre la penumbra
y a convertir el vacío en jardines.
Déjame tocar las grietas de tu alma,
no para repararlas,
sino para mostrarte cómo la luz
se filtra a través de ellas.
Tus miedos no son barreras,
son senderos hacia la fuerza que yace dormida
en el eco de tus suspiros.
Si alguna vez la tristeza te abraza,
seré el amanecer que disipa la noche,
el soplo suave que devuelve la risa
a los rincones donde creíste olvidarla.
Porque en cada lágrima hay semillas de esperanza
y en cada caída, raíces de valentía.
Déjame amarte en lo que eres,
en lo que crees que no puedes ser.
Déjame ser el reflejo
que te muestre lo infinito que hay en ti,
porque en tu fragilidad veo la fortaleza
de quien nunca ha dejado de luchar.
No vine a salvarte;
vine a amarte hasta que descubras
que siempre fuiste tú
quien sostuvo el universo en sus manos.
Y juntos, haremos de cada herida
una constelación que guíe nuestro camino.