
Y es que el amor no necesita ser entendido,
como la luna no pregunta al océano por su oleaje,
ni el viento a los álamos por su danzar.
Es un idioma sin palabras,
una llamarada que se extingue y renace
en cada gesto, en cada mirada.
Hay un eco de desolación en mi pecho,
como un violín olvidado en un rincón oscuro,
esperando que tus manos lo despierten.
El tiempo, a veces cruel,
teje silencios entre nosotros,
pero incluso en la ausencia
tus pasos resuenan en mi memoria,
como una melodía que nunca cesa.
Te amo como la lluvia ama la tierra reseca,
como el amanecer ama la penumbra
que le da sentido.
Y aunque el mundo parezca derrumbarse,
encuentro en tu sonrisa
la certeza de que hay primavera
incluso en medio del invierno.
Porque el amor no pide ser comprendido,
solo vivido.
Es la grieta por donde entra la luz,
la ráfaga que limpia las cenizas.
Es el murmullo de los días
que se niegan a pasar en vano.
Y yo, poeta errante,
que he bebido de la melancolía como vino,
me encuentro de rodillas ante ti,
ante este amor que no se explica,
pero que respira,
crece,
y me da la fuerza
para volver a ser.