
Si pudiera ser el alba,
te despertaría con un respiro de luz,
deslizándome entre tus sombras
hasta sembrar en tu piel
el temblor de un nuevo día.
Si fuera el viento errante,
rodearía tu voz en un murmullo,
tejería mi nombre en tu aliento
y en cada suspiro perdido
te recordaría que existo.
Pero soy solo un instante
que se quiebra en tu ausencia,
una llama que arde en la penumbra,
una oración sin dios,
un eco buscando su origen.
Y aun así,
sin alas, sin brújula, sin certeza,
te amo con la terquedad del río
que besa la orilla en su viaje infinito,
sabiendo que nunca será suya,
pero que, en cada roce,
se hace eterno.