
En el borde suave de la noche,
cuando las sombras susurran su tregua,
te imagino, amor, tan cerca,
como un murmullo tibio entre las sábanas.
El silencio se pliega a tu forma,
y el mundo, cansado de su propio peso,
se disuelve en el suspiro del aire
que acaricia mi piel al pensarte.
Cierro los ojos y estás ahí,
no como un recuerdo,
sino como la promesa que habita
en el corazón de cada estrella.
Tu ausencia no es desolación,
es la espera suave de un amanecer
que guarda tu risa como un tesoro,
como un faro encendido en mis sueños.
Cada noche es mejor cuando pienso
que, en algún rincón del mundo,
te acercas al mismo umbral,
deseándome, sin palabras,
un descanso tan dulce
como el calor de tu abrazo.
Y mientras el sueño me envuelve,
sé que en esta pausa entre el día y la eternidad,
tu amor es la última luz que veo,
y la primera que espero al despertar.