La Eternidad en una Pregunta

No sabía que mi pecho
era un océano tan profundo,
capaz de albergar tormentas
y cielos despejados a la vez,
hasta que tus palabras
se posaron en mis labios,
tan ligeras y eternas,
como un murmullo que no cesa.

«¿Quieres casarte conmigo?»
Y en ese instante, el tiempo,
ese tirano sin rostro,
se arrodilló ante nosotros,
convirtiendo un segundo
en la cuna de la eternidad.

Vi en tus ojos un mapa,
las rutas de lo que seremos:
los días de sol que vendrán,
las noches que sabrán a estrellas,
las tormentas que enfrentaremos
con las manos entrelazadas,
como si nuestras almas
fueran raíces buscando tierra.

Sí, respondí sin voz,
porque mis palabras se ahogaron
en el río de mis latidos.
Y supe, en ese instante,
que mi amor, tan inmenso,
no cabría nunca en palabras.

Te tomé de la mano,
y juntos construimos un silencio
tan lleno de promesas,
que incluso el universo
tuvo que detenerse a escucharlo.

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