
He probado el abismo detrás de tu sombra,
donde el silencio es grito y el gozo se escombra.
No vine por hambre, ni por posesión,
vine porque ardes sin pedir perdón.
Tu cuerpo es delirio que nunca mendiga,
la furia sagrada que el alma castiga.
En cada latido que asoma tu piel,
mi espíritu ruge, salvaje y fiel.
No soy dueño, ni amante, ni centro,
tan solo una herida que espera su encuentro.
Me arrastro en la orilla de cada gemido,
como un verso errante, como un Dios vencido.
En tu piel me pierdo sin mapa ni nombre,
sin leyes, sin treguas, sin miedo a ser hombre.
Y cuando me niegas, me haces renacer,
pues tu ausencia quema más que tu placer.
He sido el incendio, también la ceniza,
el eco que danza tras cada caricia.
Tu cuerpo me anuda con furia y piedad,
y en su cruel refugio, hallo eternidad.
Explicación breve:
Este poema se inspira en la figura femenina intensa y carnal, cambia la perspectiva hacia una voz más introspectiva, donde el deseo no es conquista, sino rendición. Se explora la pasión como un territorio incierto, casi espiritual, donde el cuerpo amado se convierte en un laberinto de contradicciones: gozo y dolor, pertenencia y pérdida, divinidad y derrota. La melancolía nace de la conciencia de lo efímero; la esperanza, del eco que permanece incluso tras el incendio.
Prompt para imagen:
«Una figura humana andrógina envuelta en sombras cálidas y rojas, con la piel encendida como si ocultara brasas. Está de rodillas frente a un cuerpo etéreo y resplandeciente, sin rostro definido, cubierto de símbolos místicos y luz dorada. Alrededor, el paisaje es un templo antiguo en ruinas, con columnas rotas y llamas suspendidas en el aire, en un crepúsculo sin sol. El ambiente es íntimo, místico y sensual, con una atmósfera de melancolía y deseo, entre destrucción y reverencia.»