He contado mis días,
y entre mis manos
los años caen como hojas cansadas,
sus bordes dorados
me recuerdan que el tiempo no espera.
Ya no corro tras sombras pasajeras,
ni me enredo en palabras vacías.
Quiero la esencia,
la chispa que prende el alma
y la calma que sigue a una risa sincera.
No busco perfección,
sino la humanidad desnuda,
el abrazo que pesa en el pecho
como un ancla de verdad.
Hay prisa en mi sangre,
no para consumir la vida,
sino para saborearla.
Cada mirada, cada caricia
es un universo que se despliega
bajo el borde de tus dedos.
El amor ahora es un fuego consciente,
un pacto con la eternidad en un instante,
y no dejaré que se pierda
entre lo efímero.
Déjame amarte con la intensidad
de quien sabe que el tiempo
es un tesoro finito,
y cada dulce que queda en el paquete
debe ser compartido contigo.
Cuando llegue el final,
quiero que el eco de mi amor
resuene en cada rincón
donde fuimos felices.
Porque vivir no es más
que aprender a amar
antes de que el reloj
se detenga.