
Me gusta lo que arde sin consumirse,
lo que late en el pecho
como un fuego que no entiende de cenizas.
Me gusta el interés que no se finge,
el que nace de las miradas,
de las palabras que no necesitan voz,
de los silencios que lo dicen todo.
Me gusta lo mutuo,
lo que no se esconde,
lo que se entrega sin máscaras,
sin miedos,
sin preguntas.
Me gusta la autenticidad
de un alma que no teme mostrarse,
que no teme ser frágil,
porque sabe que en la fragilidad
también hay fuerza.
Me gusta el fuego que no se apaga,
el que resiste al viento,
al agua,
al tiempo.
El que permanece,
aunque el mundo se desvanezca,
aunque las distancias se alarguen,
aunque los días se conviertan en años.
Porque hay amores que no entienden de lejanías,
que no se miden en kilómetros,
sino en latidos,
en suspiros,
en recuerdos que no se desvanecen.
Me gusta lo intenso,
lo que no se echa a perder,
lo que no caduca,
lo que no se corrompe.
Me gusta lo que perdura,
lo que se queda,
lo que no se va,
aunque todo alrededor se desmorone.
Porque en ti he encontrado
eso que no se extingue,
eso que no se oculta,
eso que no se cansa.
En ti he encontrado
un amor que no entiende de distancias,
de tiempos,
de finales.
Un amor que es, simplemente,
y que siempre será,
aquí o allá,
cerca o lejos,
en este instante
y en todos los que vendrán.
Porque contigo,
el amor no es un momento,
sino una eternidad,
un fuego que no se apaga,
un latido que no cesa,
un suspiro que no se desvanece.
Y eso,
eso es lo que más me gusta.