
¿Vivirías conmigo en una casita de barro,
donde el eco de la ciudad muere
y el canto del viento es nuestro único susurro?
Allí, donde el tiempo pierde su filo
y la prisa se disuelve en polvo,
construiríamos un mundo de piel y silencio.
No habría señales, ni pantallas,
solo el latido del barro tibio bajo nuestras manos,
y las estrellas bordando su danza
en el cielo que nadie recuerda mirar.
Nuestros días serían la danza del sol y las sombras,
y nuestras noches, un poema de grillos y luna.
¿Te bastaría mi voz desnuda,
mi risa rota que busca repararse en la tuya?
¿Podrías amar el vacío que llena mi pecho
como amas las grietas en las paredes,
esas que dejan pasar la luz?
En esa casa pequeña,
cada rincón llevaría nuestro aliento,
cada grieta un susurro de historias sin prisa.
Y si alguna vez la melancolía cayera sobre el tejado,
la recogeríamos como agua de lluvia,
para beberla juntos y convertirla en esperanza.
No habría promesas más allá del barro y el fuego,
ni más futuro que el próximo amanecer.
Pero allí, amor mío, seríamos vastos,
infinitos como la quietud de la tierra.
¿Vivirías conmigo en esa casita de barro,
lejos del ruido,
cerca de todo lo que importa?