
Soy un alma errante,
un hilo de viento perdido entre las horas,
ángel caído del abrazo de las estrellas.
Camino bajo cielos heridos de gris,
con la nostalgia dibujada en mi sombra
y un sueño persistente entre las manos.
Anhelo un amor
que sea como el fuego en invierno,
un refugio que despierte mi nombre
en la música secreta del alba.
Un amor que no pregunte,
que no huya,
que se quede
cuando el mundo se desmorone en cenizas.
Veo tu silueta en las ráfagas del tiempo,
una promesa dibujada
en los reflejos del agua.
Eres tú, quizás,
la que lleva en su voz
la calidez de los días olvidados,
la que guarda en su pecho
el eco de todo lo que perdí.
Hay melancolía en esta espera,
un vacío que araña con sus uñas frías,
pero también esperanza.
La siento, como una brisa lejana
que acaricia mis alas rotas
y susurra que, en algún rincón,
tú también buscas este mismo vuelo.
Déjame ser tu hogar,
ese rincón secreto
donde los días largos terminan en quietud,
y el amor no es más que volver
al lugar que siempre fue nuestro.