
En este rincón donde el tiempo se disuelve,
yo me encuentro, suspendido, entre el susurro del viento y la quietud del alma.
La pausa se convierte en mi aliento,
y cada mirada, cada palabra, cada pensamiento,
se estira como un hilo de seda,
caminando sin prisas, sin exigencias.
Aquí, donde el mundo se desvanece,
dejo que mis pasos sigan la danza de la luna,
como si el cielo mismo me invitara a volar sin alas,
a soñar sin fronteras,
a saborear cada segundo
como el eco de un amor distante,
pero tan cercano, tan mío.
Es en este instante que respiro sin miedo,
un suspiro que viaja entre sombras,
un deseo suspendido,
un cielo que se meje entre las manos,
invisible, pero tangible,
como la promesa de un amor sin fin.
Soy solo yo y mi reflejo,
mi sombra es mi compañía fiel,
y el silencio, la melodía que me sostiene.
Todo en este espacio es mi refugio,
un lugar donde ni el tiempo ni los otros
pueden quebrantar la paz que he encontrado,
la serenidad que solo se logra cuando se es dueño
de la propia esencia,
de cada latido,
de cada respiración.
Este es mi mundo,
invisible a los ojos ajenos,
pero eterno en el alma.
Un amor, profundo,
que fluye entre las grietas del silencio,
y que nunca pide permiso para ser.
Es un amor que se queda,
quieto, pero infinito.
Y mientras permanezca,
yo seguiré aquí,
bajo este cielo tan mío,
tan lleno de todo,
y a la vez,
tan vacío de ausencia.