Hay un milagro en tu forma de mirar,
un secreto que sólo revelan tus ojos
cuando se cruzan con los míos,
como si el universo entero
quedara suspendido en ese instante,
viviendo solo para el reflejo de tu luz.
Tú llevas la alegría
como quien lleva un sol escondido en el pecho,
iluminando las esquinas más oscuras
de mi ser cansado.
Cada paso tuyo hacia mí
es un amanecer que despierta la esperanza,
un susurro de vida
que barre las sombras de mis días.
No hay rincón en mí que no te sienta.
Eres el eco en cada latido,
el hilo que ata mis fragmentos,
la certeza de que ser querido
es tocar lo infinito con las manos desnudas.
Cuando te cruzas en mi camino,
el mundo parece encontrar su sentido,
como si todo antes de ti
hubiera sido un ensayo para este momento,
para aprender a respirar
en la música de tu risa.
Quiero vivir en la casa de tus miradas,
en ese espacio sagrado donde
la melancolía encuentra su tregua,
donde la soledad olvida su nombre
y el amor se alza,
indestructible, eterno.
Porque contigo
he aprendido a mirar la vida
no con los ojos,
sino con el alma.