Anatomía del deseo

Mientras tus manos me recorren, soy razón ciega, ave herida, que se sumerge en el abismo ardiente de tus dedos, voraces y precisos.

Debajo de mi inocencia desgarrada, Venus despliega su manto desnudo, desviste mi piel hasta el aliento y abre mis labios como una ofrenda, guiando tu lengua al vértice íntimo del murmullo en mi boca.

Allí, donde el silencio suspira, se encierra la desolación de quien ama, pero en su fuga melancólica brota una esperanza frágil, un destello que late como fuego detenido en el aire compartido entre tú y yo.

Este espacio que habitamos, un instante sin nombre, es la frontera ent usencia y la eternidad del deseo.

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