
Si pudiera ser más que carne y memoria,
sería un faro en tus noches de bruma,
una chispa danzante en el viento errante
que quiebra el silencio y enciende el alba.
En tus ojos—abismos de tiempo—
veo reflejos de mundos que no toco,
y me consumo en la vasta geometría
de tus dudas, de tus sueños, de tus sombras.
Quisiera ser el hilo de oro que teje
las horas deshechas en amaneceres,
el murmullo escondido en el eco del río
que acaricia tus días y embriaga tus noches.
Pero soy solo un fragmento de esta tierra,
un eco humano buscando su música.
Me hundo en el vértigo de tu ausencia,
y en esa caída, encuentro mi vuelo.
Porque aunque la melancolía pesa como el invierno,
el filo de la esperanza corta la niebla;
tu risa es un incendio que desvela constelaciones,
y en ella, soy fuego, ceniza y renacer.
Si pudiera, me convertiría en el sol—
no para iluminarte, sino para arder contigo,
siendo calor en tus inviernos,
y luz en el umbral de tus propios eclipses.
Y si el destino me diera alas de luna,
sería tu guardián en el reino del sueño,
susurrando en cada sombra:
«No estás solo; somos luz, somos sombra, somos eternidad.»