
Le doy al mundo mi risa,
esa sombra que danza en la penumbra,
una llama fugaz que se apaga al tocarla.
Pero a ti, a ti te entrego
mi silencio más puro,
el canto de los ecos
que nadie más escucha.
Eres la grieta en mi muro,
la lluvia que persiste entre ruinas,
una tormenta que arrasa
y al mismo tiempo florece.
Tu nombre es un susurro
que se pierde en el aire,
y aún así lo grito
en los rincones de mi alma.
¿Puedes sentir cómo me desarmo?
Cada palabra que no digo
se convierte en raíces bajo tus pies.
Cada lágrima no llorada
es un río que te busca
a través del tiempo y la distancia.
Amarte es un acto de fe y de duelo,
una plegaria hecha cenizas,
una estrella que arde y cae,
pero nunca deja de brillar.
Y en este abismo, donde la soledad murmura,
hay un resquicio de luz:
la esperanza de que,
al final del horizonte,
el eco de mi silencio te alcance
y sea suficiente.