
No es solo piel,
ni la sombra temblorosa de un jadeo.
Es la entrega que se gesta en la espera,
el anhelo que arde antes del incendio,
el pulso contenido en la yema de los dedos.
Te recorro como quien aprende un idioma,
despacio, con la devoción de quien sabe
que cada roce es un verso,
cada aliento un presagio.
Aquí no hay prisa, solo vértigo.
Un universo de latidos sincronizados,
un silencio que grita en cada caricia,
un incendio que consume las dudas
y nos deja suspendidos
donde el deseo nos nombra.