
Si pudiera desandar los pasos del reloj,
volvería al principio de todo,
a los días en que mi corazón
no sabía aún tu idioma
ni mis manos entendían
la forma exacta de sostenerte.
Te buscaría en cada rincón
donde el aire tuviera tu aroma,
en las luces que se filtran
a través de las hojas temblorosas,
en los ecos de una risa
que aún no sabía a quién pertenecía.
Te amaría más,
no porque lo que siento ahora
pueda medirse,
sino porque el tiempo que perdí
sin ti me pesa como una sombra.
Cada instante sin tu presencia
es un vacío que no se llena,
un espacio donde el amor
queda suspendido, inacabado.
Y, sin embargo, aquí estamos,
donde el tiempo no puede tocarnos,
donde cada segundo contigo
es un destello eterno,
un suspiro que contiene el universo.
Eres la prueba de que la vida
es más que una línea recta,
más que un calendario agotado:
eres la promesa de que siempre
hay algo más allá de lo que vemos.
Aunque no pueda cambiar lo que fue,
te amo con la urgencia de quien sabe
que cada amanecer a tu lado
es un milagro,
un regalo que el tiempo no puede robar.
Y si alguna vez nos faltan los días,
si el reloj decide cerrar su círculo,
mi amor será el que rompa las horas
para quedarse contigo
donde el tiempo no alcanza.