
«Donde Habita la Dignidad«
No temo al paso del tiempo,
ni a los surcos que esculpe en mi piel,
ni a la danza plateada que adorna mi cabello.
El tiempo es un río que he visto fluir,
calmo al principio,
luego voraz,
como un corazón que late entre dos abismos.
No es la vejez la que me desvela,
es la sombra de un día en que mis manos,
esas que han moldeado sueños y abrazos,
se queden inmóviles,
donde el silencio habite en ellas.
Que mis piernas, peregrinas de tantos caminos,
queden ancladas al suelo.
Que mi mente, eterna nómada,
se pierda en su propio laberinto,
sin un faro que la guíe.
¿Qué es un hombre,
si no puede ser dueño de su libertad?
La independencia, ese hilo invisible,
me ha sostenido,
como un pájaro que, aún en tormentas,
se atreve a volar.
No es orgullo,
es el eco de mi ser que pide espacio,
que clama por decidir,
por tomar el sol en el jardín,
por abrir un libro
y abrazar con los ojos sus palabras.
Quiero existir mientras pueda,
sin peso, sin lastre.
Pero si el día llega,
si mi cuerpo o mi mente caen rendidos,
aceptaré la vuelta al origen,
la entrega a manos que cuidan,
a miradas que aman.
Porque tal vez, en esa vulnerabilidad,
haya una belleza nueva:
la del amor paciente,
la de la dignidad compartida.
Mientras tanto, aquí estoy,
sosteniendo mi aliento,
viviendo entre la melancolía del ayer
y la esperanza suspendida del mañana.
Soy río, soy viento, soy hombre:
independiente,
libre,
vivo.
No es la vejez la que me desvela,
es la sombra de un día en que mis manos,
esas que han moldeado sueños y abrazos,
se queden inmóviles,
donde el silencio habite en ellas.
Que mis piernas, peregrinas de tantos caminos,
queden ancladas al suelo.
Que mi mente, eterna nómada,
se pierda en su propio laberinto,
sin un faro que la guíe.
¿Qué es un hombre,
si no puede ser dueño de su libertad?
La independencia, ese hilo invisible,
me ha sostenido,
como un pájaro que, aún en tormentas,
se atreve a volar.
No es orgullo,
es el eco de mi ser que pide espacio,
que clama por decidir,
por tomar el sol en el jardín,
por abrir un libro
y abrazar con los ojos sus palabras.
Quiero existir mientras pueda,
sin peso, sin lastre.
Pero si el día llega,
si mi cuerpo o mi mente caen rendidos,
aceptaré la vuelta al origen,
la entrega a manos que cuidan,
a miradas que aman.
Porque tal vez, en esa vulnerabilidad,
haya una belleza nueva:
la del amor paciente,
la de la dignidad compartida.
Mientras tanto, aquí estoy,
sosteniendo mi aliento,
viviendo entre la melancolía del ayer
y la esperanza suspendida del mañana.
Soy río, soy viento, soy hombre:
independiente,
libre,
vivo.
No es la vejez la que me desvela,
es la sombra de un día en que mis manos,
esas que han moldeado sueños y abrazos,
se queden inmóviles,
donde el silencio habite en ellas.
Que mis piernas, peregrinas de tantos caminos,
queden ancladas al suelo.
Que mi mente, eterna nómada,
se pierda en su propio laberinto,
sin un faro que la guíe.
¿Qué es un hombre,
si no puede ser dueño de su libertad?
La independencia, ese hilo invisible,
me ha sostenido,
como un pájaro que, aún en tormentas,
se atreve a volar.
No es orgullo,
es el eco de mi ser que pide espacio,
que clama por decidir,
por tomar el sol en el jardín,
por abrir un libro
y abrazar con los ojos sus palabras.
Quiero existir mientras pueda,
sin peso, sin lastre.
Pero si el día llega,
si mi cuerpo o mi mente caen rendidos,
aceptaré la vuelta al origen,
la entrega a manos que cuidan,
a miradas que aman.
Porque tal vez, en esa vulnerabilidad,
haya una belleza nueva:
la del amor paciente,
la de la dignidad compartida.
Mientras tanto, aquí estoy,
sosteniendo mi aliento,
viviendo entre la melancolía del ayer
y la esperanza suspendida del mañana.
Soy río, soy viento, soy hombre:
independiente,
libre,
vivo.