
Quisiera que el tiempo fuera un río
que nos llevara juntos,
que nos arrastrara suavemente
hacia un mar sin horizonte.
Pero el tiempo no es un río,
es un viento que dispersa,
un reloj que divide,
un silencio que se alarga
entre tus pasos y los míos.
No puedo tenerte siempre conmigo,
no puedo detener el sol
ni amarrar la luna a mi ventana.
Pero hoy prometo algo más grande
que la eternidad:
llevarte dentro,
donde no hay distancias,
donde no hay despedidas,
donde solo existe el latido
de lo que fuimos,
de lo que somos,
de lo que seremos.
Llevaré tus risas,
esas que iluminaron mis noches más frías,
y también tus lágrimas,
las que regaste en mi pecho
como semillas de un jardín
que nunca dejará de crecer.
Llevaré los silencios incómodos,
las palabras que nunca dijimos,
los abrazos que nos salvaron
de caer en el vacío.
No importa si el mundo se deshace,
si las estaciones se olvidan de su orden,
si el cielo se vuelve ceniza.
Tú estarás aquí,
en este corazón que late
con la fuerza de lo que no se puede tocar,
pero que se siente más que nada.
Y aunque la vida nos separe,
aunque los caminos se bifurquen
y nuestras sombras ya no se encuentren,
sé que siempre estarás conmigo,
no como un recuerdo,
sino como una presencia viva,
como un refugio que no se desvanece,
como un amor que no conoce
ni el principio ni el fin.
Porque eres mía
en la única forma que importa:
en la eternidad de lo que llevo dentro,
en la promesa de que,
aunque no estés aquí,
nunca dejarás de ser mi hogar.