Donde Tiembla la Luz

No creía en los presagios del amor,
pero llegaste, intempestiva,
como un relámpago rasgando la calma,
en esa hora dorada
donde la luz tiembla entre los árboles
y el silencio huele a eternidad.

Tu cabello, un río de cobre ardiente,
se deslizaba libre en la brisa,
y tus pasos, ligeros como un murmullo,
dibujaban senderos invisibles
que conducían a mi soledad.

Tus ojos, espejos de un horizonte incierto,
guardaban tormentas y promesas,
y yo, desterrado del tiempo,
descubrí en el abismo de su brillo
una chispa que era mía.

Entre el peso de la nostalgia
y la caricia del júbilo,
me rendí al vértigo de tu mirada,
como quien se abandona
al primer amanecer tras una larga noche.

Eras la grieta en mi penumbra,
el fulgor suspendido entre el miedo y el deseo,
la voz que canta al borde del silencio
y transforma las ruinas en un hogar.

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