El Coach Silencioso y la Rebelión del Cuerpo

Y en el reflejo del escaparate,
con la vista perdida en las dulces vitrinas,
vi mi rostro, tan lejano a lo que quería ser,
y la promesa de un cambio susurró al viento.
Decidí, entonces, entre la fragancia del pastel,
que debía cambiar, por mi salud…
por mi alma, que ya no cabía en los pliegues
de un cuerpo que hablaba de fatiga y años.
Y mientras una última mordida de croissant
se deshacía en mi boca,
busqué un guía, un coach que me llevara
más allá de mi propia debilidad.

Nunca imaginé que el consejo
vendría de un ser tan peculiar,
un felino llamado Don Gordo,
cuya mirada era más que un juicio,
era un reflejo de mi destino inminente.
Con sus ojos profundos, me observaba,
y su salto al suelo parecía un decreto.
El peso de su voz era aún más asombroso,
como un susurro en el aire de la verdad:
«Es hora de transformar tu carne, humano,
de convertirla en algo digno,
un lienzo que hable de tu nueva existencia.»

Así empezó, día tras día,
con la lechuga como única promesa,
y yo, hambriento de revolución,
sentía el vacío más allá de mi estómago.
«Come aire», me dijo Don Gordo,
mientras él se regalaba la opulencia
de un atún enlatado.
Yo comía la tristeza,
y él, mi castigador,
se alimentaba de mi falta de fe.

La rebelión vino en un sueño de correr,
pero mi cuerpo, aún prisionero de viejas costumbres,
no podía escapar de su mirada fija,
ni de su voz que retumbaba en mi mente
como un eco sin fin.
«Corre, pero nunca escaparás
de tu propia carne», decía,
mientras yo caía, más lento
que mis propios temores.

Finalmente, el cansancio me hizo elegir el engaño,
oculté las tentaciones,
pero él, con su olfato afilado,
descubrió mi traición,
y con la furia de un rey despojado
se marchó.
Una maleta en la pata,
y su sombra se desvaneció en el viento.

Quedé solo con la lección,
una lección amarga y dulce,
de que no hay cambio sin sacrificio,
ni transformación sin dolor.
Y ahora, cuando me miro,
ya no veo un hombre y su gato,
sólo dos almas perdidas en la búsqueda
de algo más grande que la simple existencia.

Porque al final, el cambio no es solo físico,
es una revolución interna,
un viaje donde se encuentran
la desolación y la esperanza,
como dos amantes condenados a no ser,
pero siempre, al final, destinados a fusionarse
en la inmortalidad del alma.

«La Dieta Imposible: Transformación y Tentación»

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