El eco de las palabras que no callan

Escribo, no porque lo sepa,
sino porque las palabras me habitan,
como huéspedes incómodos que no piden permiso.
Ellas llegan, desordenadas,
como hojas arrastradas por un viento que no conoce rumbo,
y yo, con las manos temblorosas,
intento darles un hogar,
un refugio en este papel que no las juzga.

Escribo desde el abismo,
desde ese lugar donde la luz se niega a entrar,
donde los recuerdos se agolpan como sombras
y la melancolía se sienta a mi lado,
silenciosa, pero presente.
Ella no me abandona,
y yo no la echo,
porque en su compañía encuentro
la crudeza que necesito para seguir viviendo.

Las palabras me llaman,
me susurran al oído,
me exigen que las libere,
que las arroje al mundo
como un grito que nadie espera.
Y yo obedezco,
no por disciplina,
sino por esa locura que me define,
esa que me hace romper las reglas,
cruzar los límites,
y bailar en el filo de lo incoherente.

Escribo hasta que el silencio vuelve,
hasta que las palabras se cansan de mí
y se alejan,
dejándome vacío,
pero esperanzado.
Porque sé que volverán,
que siempre regresan,
como las olas al mar,
como los sueños a la noche.

Y en ese intervalo,
en ese espacio entre palabra y palabra,
me quedo quieto,
escuchando el eco de lo que fui,
de lo que soy,
y de lo que seré
cuando las palabras vuelvan a necesitarme.


Explicación del poema:

Este poema es un diálogo íntimo con el acto de escribir, explorando la relación entre el poeta y las palabras. Se aborda la escritura como un acto de liberación, una forma de enfrentar la melancolía y la oscuridad interior. Las palabras son personificadas como entidades que exigen ser liberadas, y el poeta, en su locura y rebeldía, accede a ese llamado. El poema combina melancolía y esperanza, creando una atmósfera de introspección y conexión con lo más profundo del ser.

Prompt para la imagen:

«Crea una imagen surrealista que represente a un poeta sentado en un puente entre dos mundos: uno oscuro y melancólico, lleno de sombras y recuerdos flotantes, y otro luminoso y esperanzador, donde las palabras se transforman en pájaros que vuelan hacia el horizonte. El poeta tiene las manos extendidas, liberando palabras que se convierten en hojas arrastradas por el viento. El ambiente debe transmitir una sensación de introspección y conexión emocional, con colores fríos y cálidos en equilibrio.»

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