
El frío cala,
y el tren exhala su aliento pesado,
como un gigante cansado
que se prepara para partir.
El cielo,
un bloque plomizo,
aplasta el horizonte,
anclando sombras
en cada rincón de esta estación vacía.
El paisaje,
desnudo y despiadado,
guarda figuras errantes,
espejismos que tambalean
como recuerdos quebrados.
Y allí, en medio de este abismo,
mi figura permanece,
congelada entre la espera
y la furia de otra promesa rota.
Aprieto el abrigo contra mi pecho,
pero no hay refugio en esta ausencia.
Mis manos tiemblan,
no por el frío,
sino por el peso del silencio
que me has dejado.
Y aquí estoy,
varado en un instante eterno,
donde la esperanza se hace astillas
y la ausencia se convierte en destino.
Una vez más,
me entrego al eco vacío de tu promesa,
que nunca supo llegar.