Estaciones de un Amor Infinito

La vida, amor mío, es un tren en perpetuo movimiento,
un eco que se pierde en la inmensidad del tiempo.
Yo, viajero melancólico, me aferro al vagón de tu mirada,
donde el amanecer besa tus labios con promesas doradas.

En el primer vagón, nací en el fulgor de tu sonrisa,
y allí, bajo el sol que tiembla, sembré mi esencia en tu brisa.
Tus manos, como raíles infinitos, guiaron mi corazón desbocado,
y en cada parada, tus suspiros fueron faros en lo incierto y olvidado.

Más adelante, en estaciones de sombras y pieles que lloran,
cargué con el peso de mi soledad, mientras los trenes de otros se evaporan.
Mas tú subiste, pasajera eterna, con el equipaje de un amor imperecedero,
y tejiste con tus palabras puentes sobre mi abismo primero.

Te busqué entre los vagones de una adolescencia dispersa,
donde el alma balbucea sueños en una lengua aún adversa.
Tu nombre, un misterio bordado en los mapas del destino,
era la brújula que me devolvía a mi único camino.

Llegamos juntos a la adultez, estación de tierras vastas,
donde el amor se despliega como un árbol cuyas raíces se gastan
en los suelos del tiempo, y las hojas, besadas por el viento,
saben que en cada caída hay un eco de contento.

Ahora, con los cabellos blancos del invierno dibujados,
miro las vías por donde hemos andado.
El tren aún avanza, amor mío, y aunque la última estación se asoma,
sé que la eternidad está en tus ojos, donde mi desolación se doma.

Porque tú eres mi equipaje y mi destino,
mi pasajera, mi estación, mi camino.
Y cuando el tren se detenga y baje del último vagón,
será en el abrazo de tu alma donde encuentre mi canción.

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