
Quiero descifrar la bruma de tu existencia,
abrigarme en las grietas donde habitas,
donde el mundo se deshace en claroscuros
y el silencio canta una melodía para dos.
Hoy arrastro en mis manos las huellas del ocaso,
esos fragmentos de luz que se fugan entre los días,
y busco en el vaivén de tu aliento
la brújula que ancla mi extravío.
Eres la sombra que pronuncia colores,
el eco de una lluvia que nunca cesa,
y en cada gota, un poema desbocado
se ahoga en mi pecho como un grito contenido.
Déjame ser la raíz que se aferra a tu suelo,
la calma que respira entre tus tempestades,
el faro que destierra tus naufragios
y enciende su luz en los abismos de tu piel.
Hoy sé que el amor no es un refugio,
sino un incendio que baila en nuestras ruinas,
un hilo que cose los escombros de la tristeza
y dibuja en ellos el esbozo de un amanecer.
En ti, la melancolía no es un fin,
sino un lugar donde la felicidad se atreve a brotar,
como un latido en la penumbra,
como un susurro que sabe a eternidad.