24 –

(Cuando la noche se extingue, pero su fulgor sigue ardiendo en la piel.)
Aún tiemblas en mi abrazo,
como la última llama
que se aferra al leño dormido,
como el eco de un trueno
despidiéndose del cielo.
Tu aliento dibuja espirales
en la penumbra de mi pecho,
y el tiempo es un animal
que ha dejado de acecharnos,
saciado por la entrega.
Miro el alba deshacerse en tus ojos,
y me pregunto si la luz
sabrá encontrar nuestros nombres
cuando el día nos reclame
y tengamos que volver al mundo.
Pero ahora no importa.
Somos un naufragio que se niega a ser costa,
un susurro que aún quema,
la certeza de que hemos ardido
y de que, aunque la noche muera,
el incendio aún respira en la piel.