
Te soñé antes de saber tu nombre,
antes de que el viento me hablara de tu risa
o el horizonte dibujara tu sombra
en el lienzo del atardecer.
Eras un eco en el vacío,
un reflejo en las aguas quietas de mis deseos,
algo que no podía tocar
pero que siempre sentía.
Y ahora estás aquí,
tan real como el temblor en mi pecho,
tan cierto como la luz
que acaricia las hojas en primavera.
Eres la conjunción de todos los instantes
que creí inalcanzables,
la respuesta silenciosa
a todas las preguntas que el alma
no se atrevió a pronunciar.
Contigo, el tiempo se dilata y se reduce,
se convierte en un suspiro eterno,
en un segundo que arde y no se extingue.
Cada mirada es un mapa secreto,
cada roce, una chispa
que enciende constelaciones
en mi universo apagado.
Pero no hay perfección sin melancolía,
ni esperanza sin el rastro
de las sombras que dejamos atrás.
Por eso, te amo también
en los días grises,
en las horas en que la ausencia amenaza
con borrar los colores del presente.
Te amo en la duda, en la fragilidad,
en la certeza de que incluso la desolación
es un camino que lleva de vuelta a ti.
Eres mi sueño despierto,
el refugio donde la noche descansa,
el alba que siempre promete más.
Y si algún día todo se desvanece,
si la realidad decide cerrarse sobre nosotros,
aún así te buscaré,
en las estrellas, en el viento,
en cada sueño que vuelve
a dibujar tu nombre en mi memoria.