
Nada es más atractivo que un hombre
que habita en su propia esencia,
con la mente abierta al misterio
y el corazón firme en su tierra.
Es en su humildad donde la fuerza crece,
en su cariño, la ternura florece.
Un hombre que, sin palabras, te ofrece refugio,
que se convierte en tu sol y tu sombra.
Es el guardián de tus silencios,
el que te conoce sin tocarte,
y sin embargo te alcanza.
Su presencia es como la puerta que se abre
y se cierra, con la suavidad de un suspiro.
Y en su mirada, te encuentras
como quien se pierde en un sueño compartido,
donde todo es posible,
donde el amor, por fin, encuentra su voz.
No hay nada más seductor que ese hombre,
quien no teme amar en la quietud,
quien se convierte en tu admirador
y en tu propio reflejo,
en la huella de tu felicidad.
Es él quien, en su silencio, te da alas,
quien te sostiene cuando el aire escasea,
y en su abrazo encuentras la calma
que nunca supe que buscaba.
Así, en su ser, resucita la esperanza,
como un suspiro suspendido entre el alma y el universo.