El Último Silencio

Dicen que para escribir de amor
hay que desgarrarse en sus llamas,
sentir el filo de su fuego,
amar con la locura de quien olvida el mundo
o sufrir con la intensidad
de quien lo ha perdido todo.

Pero no es verdad.
Para escribir de amor
basta con haberlo habitado alguna vez,
con caminar sus senderos
aunque ahora solo quede polvo.

Recuerdo nuestro último beso.
No era un adiós dicho en palabras,
pero lo llevábamos escrito
en la forma de mirarnos,
en el leve temblor de mis manos
sobre tu rostro,
en la quietud que se apoderó del aire.

Yo lo sabía,
y quizás tú también.
Nos besamos como se besan las cosas
que saben que van a morir:
con la fuerza de un vendaval
y la fragilidad de una hoja cayendo.

Después vino el silencio,
un silencio tan vasto
que parecía abarcar todo lo que éramos,
todo lo que jamás seríamos.

Ahora, escribo sobre ese beso,
sobre su rastro de melancolía,
y en estas palabras encuentro
la tenue esperanza
de que algo tan breve
haya sido tan eterno.

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