Sabores del Alma

La vida, esa caja incesante de secretos,
esconde entre pliegues dulzuras y amarguras,
como un cofre febril lleno de bombones
donde cada mordisco es un filo incierto.

¿Quién podría prever el sabor de los días?
Un dulce almendrado que hiere con miel,
o tal vez un amargo que despierta la lengua
y deja su eco como un trueno en el pecho.

Muerdo y sonrío, a veces por costumbre,
a veces por la dicha de encontrar memorias
en la salvia espesa del cacao fundido,
y otras por la osadía de lo desconocido.

Es extraño, este juego de placeres y heridas,
donde un sabor perdido vuelve en otro instante,
y la melancolía, con su vestido de sombra,
danza en los labios para rozar la esperanza.

Porque aunque la desolación aceche,
siempre hay otro bombón en el umbral de los dedos,
un sabor que espera, latente como la aurora,
y me recuerda que vivir es probar y arder.

¿Acaso no es amor este acto perpetuo
de entregarse a lo incierto,
de saborear el caos en su esplendor tan humano
y, aun en la penumbra, soñar con dulzura?

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