
No llegaste antes,
cuando mis manos eran sombras
buscando un cuerpo donde anidar.
No llegaste después,
cuando el eco de la espera
hubiera convertido mi amor en ceniza.
Llegaste en la hora exacta,
en el suspiro donde el mundo
se quebraba y renacía en un solo latido.
Fuiste la llama que encendió mis inviernos,
el sol que no supe que faltaba
hasta que tocó mi piel y la llenó de auroras.
No somos azar,
somos la chispa en el preciso instante,
el incendio que no se consume,
el viento que aviva,
el fuego que danza sin extinguirse.
Así te amo:
sin antes ni después,
solo ahora, solo siempre,
en la eternidad que se enciende
cada vez que dices mi nombre.